Más que el partidazo del Extemadura. Más que el soberbio centro de Márquez que supuso el gol de Pardo que adelantó a los de Almendralejo. Más que el atronador ambiente en el Francisco de la Hera, un estadio con solera que demostró que la ciudad está deseando volver a vivir fútbol profesional. Más que todo ello, el calor.
38 grados. La palabra más repetida el domingo. Por la mañana, en la cercana Plaza de las Palmeras, con la fan zone a reventar. Antes del encuentro, al llegar el bus del conjunto local bajo un desértico sentir. Durante el partido, cuando decenas de seguidores de ambos equipos tuvieron que ser atendidos por Cruz Roja y Protección Civil. Y, sobre todo, al terminar el duelo, cuando la sensación de disgusto por una derrota más me invadía en las calles colindantes al vetusto campo a la vez que los 38 grados hacían que cada paso fuera más difícil que el anterior.
Recordé entonces el sentimiento que afloró el 10 de junio del año pasado en Barcelona, bajo una tarde-noche de clima similar al de Almendralejo, más plausible en Ecuador que en la ciudad condal. Desesperación, disgusto, desgana, fastidio y ciertas dosis de apatía mientras recorría las gigantescas avenidas de la capital catalana cabizbajo, solitario, a un paso vago y zigzagueante, ignorando que al lado de donde había llorado estaba sucediendo una fiesta de máxima expresión del barcelonismo, club por el que he simpatizado desde la infancia.
Me vino a la cabeza el drama, la desolación y la tristeza al coger el tren hasta Cartagena, más largo e infernal de lo que ya de por sí suele ser. El hastío al llegar a mi ciudad tras dos días de viaje para visualizar, desconsolado, cómo todo había terminado de la peor forma posible para el cartagenerismo una vez más. Todo había acabado, me repetía una vez tras otra.
Entonces, ya de vuelta de Almendralejo, me di cuenta de algo. El próximo domingo no llegaremos a los 30 grados. Parecerá una tontería, pero me refrescó la mente. No tengo ganas ni fuerzas de sentir la misma sensación, ni tendría por qué haberlo hecho. Queda un partido que puede cambiar todo lo sucedido hasta ahora, que puede hacer que todos los dolores y el cansancio de una temporada interminable de once meses se resquebrajen y se conviertan en euforia e ilusión. Noventa minutos, en los que, por qué no, lograr una remontada de antología, que se escribiría con letras de oro en los libros de historia del fútbol local. Puede que el próximo día 24 de junio, bajo el sol de San Juan, la desesperación se convierta en esperanza y los llantos de tristeza en otros de alegría. Puede, y solo puede, que el Cartagena y Cartagena sean equipo y ciudad de Segunda División.
Imagino dentro de cinco días una celebración gozosa e irrepetible. Una ciudad paralizada, volcada con el equipo, manteando a los futbolistas que, desatados, no paran de cantar en olor de multitudes. Miles de personas con las camisetas de su equipo, el de su ciudad, el que les representa de verdad, llorando de emoción mientras ven cumplido un sueño que creían imposible un día antes y que les hará presumir de haber estado en el lugar donde el milagro acaeció.
Es ahí cuando vuelvo a creer. Cuando vuelvo a soñar. Cuando vuelvo a pensar que tantos meses viajando junto con el equipo, tantos meses implicado hasta la extenuación en el proyecto de Efesista, tantas decenas de horas renunciadas a familia y amigos no pueden quedarse sin premio.
Porque algo histórico puede estar gestándose y no nos estamos dando cuenta. Porque dentro de muy poco puedes convertirte en la persona más feliz del mundo. Porque, sí, el fútbol es un juego, pero sabes bien que tú no podrías vivir sin él.
El domingo tienes que ir al Cartagonova. Vas a vivir algo legendario, así ha de ser. Sabes que tú también te lo has ganado, que te lo mereces. Que este deporte te ha quitado mucha vida durante esta temporada, que te ha hecho sufrir sobremanera. Pero sabes también que no olvidarás la sensación que quizá tengas el 24 de junio a las 20.30h y se la contarás gozoso a tus amigos, a tu familia, a tus hijos o a tus nietos.
Historia haciéndose. 90 minutos después de once meses no son nada. No te lo puedes perder, porque, si lo haces, te estarás lamentando por el resto de tus días. Dale la vuelta a la tortilla. ¿Por qué no va a ser posible? Es solo un gol. Una acción. Una píldora de fortuna. Tú puedes ayudar a empujar ese balón que, seguro, rodará sobre la línea de gol.
Yo creo, ¿y tú?