Érase una vez un niño que no levantaba más de metro y medio del suelo y que entraba ayer por primera vez a ver un partido de fútbol sala, agarrado de la mano de sus padres. Llevaba la camiseta de Messi, porque jugaba el equipo de su ciudad, el Plásticos Romero de Cartagena, contra el equipo que le gustaba ver por la tele, el Barça. Seguramente el niño no sabía que en su ciudad muchas historias sobre el fútbol sala no habían tenido final feliz: Descensos, patrocinadores que salen por la puerta de atrás, un Palacio que tarda años en abrirse, el eterno mirar al vecino desde abajo…
Pero ayer el relato cambió. El niño se divirtió como nunca lo había hecho, y la afición cartagenera salió con una sonrisa de oreja a oreja del recinto.
Empezaremos este cuento por el escenario. Tres mil seiscientas personas vestían las gradas. El club puso de su parte y la afición respondió. El «país de nunca jamás», el Palacio que nunca se inauguraba no se llenó, pero casi. Y para colmo, la señora alcaldesa, Doña Ana Belén Castejón, presente ayer en la contienda, en plena euforia del resultado, anunciaba un impulso definitivo y su firme intención de la puesta en marcha definitiva de las instalaciones.
El F.C. Barcelona Lassa era el lobo feroz de esta historia. Algunos dirán que menos feroz de lo habitual, porque venía con seis bajas (algunas muy importantes como Ferrao, Adolfo y Lozano), pero en cuanto el esférico se puso en marcha se vió que sus garras estaban tan afiladas como siempre.
El primer tiempo fue un monólogo de los culés: Triangulaban bien, se jugaba todo el rato cerca del área cartagenera, pero se encontraban una y otra vez con las paradas del portero local. Y es que si esta historia tiene un héroe, éste tiene el nombre de Raúl Jerez Pagán. Decíamos la semana pasada que la grada era un clamor pidiendo su presencia en la selección. Pero es que ya ayer hasta los comentaristas de la televisión pública lo decían, que algo sabrán de esto, digo yo. La grandeza de las actuaciones y el trabajo de este chico sólo se pueden equiparar a la grandeza del tamaño de la venda en los ojos del seleccionador nacional.
En eso estábamos, se escribía el guión esperado y la sensación era que el primer gol culé llegaría antes o después. Pero pasaron cinco minutos, diez, quince… Y el que abrió el marcador fue Plásticos Romero. Golazo por la escuadra de Drahovsky.
El niño de la camiseta de Messi abrió los ojos y comprendió que aquel deporte no era como los que estaba acostumbrado a ver por la tele.
Para que no faltara de nada, los señores colegiados se empeñaron en ser los protagonistas negativos de la historia. Cuando el electrónico marcaba el descanso, (cero minutos, cero segundos), se sacaron de la manga una doble falta que suponía la quinta y sexta acumulada respectivamente. Doble penalty. La grada estallaba. Pero Raúl redondeó su actuación y adivinó el disparo de Dyego.
La segunda parte del partido cambió el guión de la primera. Y en eso ayudó mucho un gol en el primer minuto que dejaba al feroz lobo blaugrana con el rabo entre las piernas. Fue un autentico golazo, una volea por la escuadra de las que vemos practicar muchas y, a la hora de la verdad, meter pocas. Pero no acabó ahí el idilio del jugador eslovaco con el gol, y en mitad de la fiesta local hacía el tercero para el cuadro local. Fiesta y júbilo en el graderío.
La tarde quería darnos un segundo héroe para esta historia. El niño le preguntaba a su madre quién era ese chico espigado con nombre impronunciable y que marcaba esos golazos. Y es que lo del eslovaco es para enmarcar: Sin hacer ruido, sin grandes aspavientos, con grandes dificultades por el idioma y su debut en una liga nueva de un país totalmente diferente al suyo. Pero trabaja como el que más. Y de forma ejemplar se está ganando un sitio en el equipo y el reconocimiento de su afición.
La grada saltaba, cantaba. Y el niño se unió a ellos. «Y la Virgen de la Caridad, verá siempre a su equipo ganar…»
El resto del partido no tuvo historia. Barcelona sacó el portero jugador y cada equipo marcó dos goles. 5-2, grandes sensaciones y totalmente afianzados en los puestos de playoff. La lucha por meterse entre los ocho primeros ya no es una utopía. Los de Juan Carlos Guillamón se lo han ganado y no es fruto de la casualidad. El equipo sabe lo que hacer en cada partido, sabe llevar a su terreno los marcadores cortos. Cada vez concede menos pérdidas en terreno propio, aunque sea a costa de hacer un juego menos elaborado y más directo. Se llama saber utilizar los recursos, y ahí hay que reconocer el mérito del cuerpo técnico.
Ayer a la salida del Palacio de Deportes, los padres le preguntaron al de la camiseta de Messi si querría volver a otro partido de fútbol sala, a lo que éste respondió con brillo en los ojos: «Claro que sí, pero con la camiseta del Cartagena que lleva Raúl».
Fotos: @javisalidoofi