En 2019 el estadio Cartagonova estaba infectado de quemasangres. Un buen día apareció un desconocido que ofreció sus servicios a los dirigentes del Club. A cambio de una temporada, él les libraría de todos las quemasangres, a lo que los aficionados se comprometieron. Entonces el desconocido flautista empezó a tocar su flauta, y todos los quemasangres salieron de sus asientos y agujeros y empezaron a caminar hacia donde la música sonaba. Una vez que todos los quemasangres estuvieron reunidos en torno al flautista, este empezó a caminar y todos los quemasangres le siguieron al sonido de la música. El flautista se dirigió hacia el puente y los quemasangres, que iban tras él, cayeron atrapados en la rambla.
Cumplida su misión, el hombre volvió al estadio a reclamar su recompensa, pero los socios se negaron a creerle. El cazador de quemasangres, muy enfadado, abandonaría el pueblo para volver poco después, pasados los playoffs, en busca de venganza.
Mientras los aficionados del equipo estaban en la Segunda División, el hombre volvió a tocar con la flauta su extraña música. Esta vez fueron los niños, ciento treinta niños y niñas, los que le siguieron al compás de la música, y abandonando el pueblo los llevó hasta una cueva. Nunca más se les volvió a ver. Según algunas versiones, algunos de los niños se quedaron atrás, un niño cojo que no los pudo seguir por no poder caminar bien, uno sordo, que solo los siguió por curiosidad, y otro ciego, que no podía ver hacia donde los llevaban y se perdió, y estos informaron a los socios…
*(Cuento extraído en su totalidad de Wikipedia)