Mañana, día 31 de agosto, se homenajeará a «El Pichica» en el Palacio de los Deportes.
“Abuela, ¿por qué tiene tantos hijos nuestra vecina Paquita?”. Esta inocente pregunta la hacía una niña en la cartagenera Urbanización Mediterráneo hace ya bastantes años al ver colgada una docena de equipaciones del Reale Cartagena. Ahora la niña ya es una adulta, y no hablamos de Reale sino de Jimbee. Pero en aquella casa sigue viviendo Paquita, y a su lado Juan Sánchez, “el pichica” a quien se homenajeará en el Palacio de los Deportes.
“Lo de pichica es culpa de Luis Jara, que era gaditano y siempre que me decía algo me llamaba picha o pichica… Pero a mí en Cartagena siempre me han conocido como Chani antes de eso”.
Este miércoles, bajo el marco del trofeo Isaac Peral se le rendirá a Juan un tributo prometido y más que merecido. La gente tiene ganas de ver a su equipo después de las vacaciones, pero seguro que la mayor de las ovaciones se la lleva el que ha sido utillero del equipo durante más de once años.
“Llegué en 2009 de la mano de Julio Clemente y estuve hasta la dichosa pandemia. Más de una década. Cuando Julio me dijo que si les podía echar una mano yo ni me lo pensé: Ya estaba jubilado y es algo que me gustaba. Nunca ha sigo algo que haya hecho por dinero, sino porque me gustaba de verdad”.
Lo deportivo pasa a segundo plano, y es una gran noticia que los homenajes lleguen en el momento que todas las partes puedan disfrutarlos. Y es que “el pichica” a sus 78 años está en plenitud de condiciones. Reconoce que echa de menos el mundo del fútbol sala que tantas cosas le ha dado y sabe que ahora, que se cansa un poco más, tiene que dejar paso y disfrutar desde la barrera, aunque a su cabeza vuelvan las innumerables horas que dedicaba a preparar las equipaciones antes de cada desplazamiento, y por supuesto los incontables momentos con amigos que ha hecho durante estos años.
Juan es padre de dos hijos y abuelo de tres nietos. Es capataz de la Virgen del Amor Hermoso en nuestra Semana Santa (lleva desde los 17 años procesionando, como atestigua su hombro derecho). Antes de ser patrimonio sentimental de todos los aficionados “el pichica” practicó karate, estuvo enamorado del ciclismo -uno de sus hijos llegó a correr en el Kelme-. Y por supuesto jugó al fútbol sala cuando los balones eran duros como piedras y los equipos en la ciudad eran equipos de empresa. Aún conserva fotos de hace tres décadas y habla, como si fuera ayer, de equipos como López Méndez, Modas Gena, García Vaso, etc
Pero entre ser jugador y ser utillero han pasado muchas cosas: Porque Juan sabe lo que es hacer de delegado, de chófer y un largo etcétera. Juan ha abierto y cerrado pabellones, porque como él dice “llegaba el primero y me iba el último. Aunque no sea de una manera profesional, cuando uno se compromete a hacer algo y da su palabra, pues lo tiene que hacer bien”. No se le podía olvidar nada porque pasaba horas y horas repasándolo todo a conciencia.
Por supuesto mucha ropa ha pasado por su lavadora, esas equipaciones, tan minuciosamente dobladas y preparadas para los partidos que nunca se le pudo reprochar ni un olvido, ni un borrón en su historial: “Una vez, Fonseca durante un partido en Barcelona me pidió la camiseta de Moi para hacer el portero jugador, y no la teníamos, pero no por descuido, sino porque no existía. Con ese jugador no estaba previsto ni ensayado hacer el portero jugador”. Ahora eso ya no pasa… “Duda desde que llegó dijo que quería camiseta de portero jugador para todos los jugadores de campo, por si acaso”.
En su periplo ha podido vivir épocas de bonanza y también de vacas flacas: “El primer año en segunda fue de supervivencia, sólo teníamos una equipación y los jugadores tenían que esperar a que llegara la subvención para poder cobrar”.
Más tarde, “recuerdo un partido en que a Pablo del Moral se le despegaba el dorsal y tuvimos que arreglarlo con esparadrapo”. De esas hay muchas, eran otros tiempos y las anécdotas se acumulan una detrás de otra. Lo mejor es la relación de amistad que ha forjado con los utilleros de otros clubes, que le permite tener amigos en cada rincón de España.
En sus maletas no sólo iban las dos equipaciones, los petos y las de portero jugador. También viajaban las ilusiones de muchos aficionados cartageneros representados por el equipo. Por eso a lo mejor Juan sabe lo que es llorar de alegría y de dolor en el vestuario. Le tocó vivir la amargura del descenso con “mucha pena, pero es que el año de Elche en que no pudimos subir fue casi peor. Tenía el pecho encogido de ver a todos los jugadores por los suelos”. Sin embargo, el ascenso con Plásticos Romero sirvió para quitarse ese mal sabor de boca, llegando a erigirse en uno de los protagonistas de la fiesta posterior en la Plaza San Francisco. Y es que de todos son conocidos sus chistes, “todo empezó cuando Susi Sánchez empezó a pedirme que hiciera los chistes de Chani”, pero en los viajes, y en los entrenamientos Juan siempre amenizaba con alguna ocurrencia o el último chiste que había escuchado.
El buen humor va directamente ligado a su personalidad, pero es que por encima de eso está su enorme bondad. Bien lo saben los entrenadores y jugadores a los que ha cuidado como a hijos. Porque de padre y psicólogo también ha tenido que hacer bastante. Ha conocido los vestuarios de Fonseca, David Marín Aparicio, Menchón, Guillamón, André y Duda. Y por todos ellos han pasado jugadores que lo quieren como si fueran familia carnal. “Hay que tener en cuenta que muchas veces llegaban siendo unos críos, no personas hechas y curtidas. Por eso la pena que me da es que muchos no hayan tenido tiempo para triunfar y madurar en Cartagena sino fuera”.
Juan no tiene malas palabras para nadie, “todos los jugadores que han pasado por aquí han dado la cara por Cartagena” y sabe que es difícil destacar a alguien a lo largo de estos años “Antonio Mínguez, Roberto Sánchez y Julio Clemente son claves en la historia de este club, pero por ejemplo creo que los actuales dueños lo están haciendo muy bien, no se les puede poner ni un pero y que duren muchos años”.
Con especial cariño habla de Isi y de Fabio “que me llamaba abuelo”, los dos únicos porteros de los que conserva una camiseta. Del propio Fabio recuerda las bromas en el autobús, como de tantos otros: Rahali, Fran Fernández, el capi Javi Matía, Beto o los actuales Juanpi, Raúl o Jesús e incluso Franklin, con quien tuvo un encontronazo cuando era jugador del eterno rival y después pasó a quererlo como al que más.
Así que a lo mejor aquella niña no iba tan desencaminada con su pregunta, porque “el pichica” ha ido generando hijos del fútbol sala en forma de amigos. Tantos que no caben en estas líneas, ni siquiera en un homenaje.