Empujad por mí

 
Estoy nervioso.  Intento no hablar, escribir, tuitear… del Cartagena. Supongo que si lo hago me indigesto de esas mariposas que suelen habitar por el estómago. Siempre pasa lo mismo. El fútbol, como el amor, duele. Porque te sueles fijar siempre en los momentos de sufrimiento, no en los benévolos, que casi los damos por hechos, siempre rutinarios. Y me sostengo, entre informaciones que me llegan a 8.000 kilómetros, con la duda y su respuesta, con la necesidad y su solución. Muchas veces, demasiadas, solemos vivir de lo que fue, no de lo que será. Y ahí está el error cuando te sueñas siendo parte de algo que ansías. Quizás por eso, solo por eso, intento abstraerme. Quizás por eso, solo por eso, no madrugaré a las 5:00 de la mañana (mi hora en USA) para empacharme de uñas.
En lo emocional, dicen que suele estar la diversión. En lo banal, la costumbre. Y es esa práctica, ese uso del tiempo sobre el césped, el que los albinegros han utilizado para cimentarse con esa argamasa de resultados que nos han metido en vena, pese a los incrédulos, los que creen que esta Segunda B tan áspera es un paseo entre la pasarela con nuestro pret-a-porter donde reflejamos nuestras inseguridades los aficionados, los que sufrimos. Porque sufrimos. Y mucho. Demasiado. Nuestras galas nos han llevado a acicalarnos, a engalanarnos con el traje de ese domingo que llevábamos tiempo acariciando su textura, con suavidad, esperando una ocasión como esta.
Los que somos modestos –seguro que imbuidos por la gestión desde las oficinas- preferimos el paladar breve, preciso, detallado… no estamos ya en edad para empachos. Lo bueno, si breve… que se alargue. De ahí que os pida desde tan lejos, por Dios, que empujéis como nunca, que gritéis como héroes, que perdonéis lo que nunca perdonaríais. Porque son los vuestros y los nuestros los que nos llevan definiendo toda la temporada, y parte de la anterior, y parte de la precedente, los que se han vestido de blanquinegros para hacernos olvidar a todos los que nos dañaron por sistema y por principios. Los que, sin enjundia social ni mediática, cavaron fosas en nuestra contra para ver como la sangre, a borbotones, nos desangraba. Y sabéis de quienes hablo pese a la pipa de la paz tardía. Por eso, seamos todos lo que muchos habéis sido ya, desde mucho tiempo antes que yo, fieles cartageneros. El peso del escudo no se mide por los años ni la edad cronológica de desastres afectivos, tenemos que medirlo por una realidad que depende de poco más de noventa minutos en Majadahonda. Please, please, please, empujad por mí!!!

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