Terapia de grupo

Podríamos definir la terapia de grupo como un tratamiento psicológico, de tipo terapéutico, que se lleva a cabo de manera grupal con el objetivo de mejorar la salud mental de los individuos, así como su calidad de vida. Se considera que es muy beneficiosa, ya que proporciona una red de apoyo al grupo, y ofrece la oportunidad de conocer e interactuar con otras personas que están pasando por lo mismo que nosotros. El hecho de compartir y escuchar experiencias similares, nos ayuda a tener una mayor comprensión de uno mismo y del problema, lo que nos permite adoptar mejores estrategias de afrontamiento.

Este tipo de terapia, está especialmente recomendada para personas que sufren trastornos de ansiedad, estado del ánimo, trastornos del control de impulsos y adicciones, entre otros. Además, se suele llevar a cabo entre personas que no se conocen entre sí y que se valen de ese anonimato y despersonalización, unido a una exigida confidencialidad, para desahogarse y dejar fluir sus emociones.

Formalismos aparte, se podría considerar que lo que surge en redes sociales después de cada partido del Cartagena, se ha convertido en una terapia de grupo informal y espontánea entre aficionados. En este caso, no es el psicólogo el que dirige el tratamiento y orienta a los pacientes en la consecución de los objetivos terapéuticos, pero sí que se dan ciertos paralelismos, ya que después de cada noventa minutos de frustración, desesperanzan e incluso un vacío existencial que roza lo patológico, buscamos consuelo entre desconocidos que atraviesan la misma situación y les duele lo mismo que a nosotros, con la esperanza de encontrar el ansiado apoyo social.

En esta terapia improvisada, encontramos personas de todo tipo. Los hay quienes expresan sus emociones desde la desolación, la tristeza y la resignación de los que creen en un descenso anunciado con cuatro meses de adelanto. Otros optan por el enfado, la rabia, y la impulsividad de no contar hasta diez antes de poner un mensaje disparando contra todo y contra todos. Por otro lado, están los optimistas empedernidos, que creen en una salvación caída del cielo por el mero hecho de que hay que tener fe y creer en algo que se convierta en el motor de nuestras vidas, por improbable que parezca. Otros casos más curiosos son los que prometen romper el carné de abonado y no volver a pisar el estadio, y en menos de veinticuatro horas vuelven a ilusionarse como críos al ver un tuit con una foto y un nombre de un jugador famoso que viene de camino a Cartagena.

Por dispares, extremistas, absurdas o desproporcionadas que nos parezcan cada una de ellas, ese cóctel tan variado de opiniones, son las que nos hacen limar y perfeccionar la nuestra propia, hasta encontrar el ansiado y añorado punto medio. Parece tarea complicada, aún más cuando se trata de un equipo cuya seña de identidad es el blanco y negro por bandera. No hay cabida para los grises, desde luego que no.

Solo una vez digeridas la rabia, la frustración, y recompuestas -otra vez- las ilusiones rotas, es cuando podemos hacer un análisis lo más racional dentro de lo irracional que es este bendito y maldito deporte. Y sí, es indudable que las cosas se han puesto feas, que hay jugadores que no dan la talla, que la profesionalidad en más de una ocasión brilla por su ausencia, así como una alarmante falta de alma y corazón. Y que la fragilidad mental de este equipo es de cristal. Es difícil ser optimista, pero siempre me he tomado el fútbol como una vía de escape de los problemas de la vida real, y por desgracia estos ya son demasiados como para querer matar una ilusión a veinte semanas de su desenlace. No seré yo quien lo haga.

Sobre todo, porque hay motivos a los que agarrarse. El mercado invernal, además de nombres de relumbrón y fichajes de campanilla, nos trae algo esencial: savia nueva, cabezas limpias y piernas frescas. Y la revolución va camino de ser tal, que es posible que la ilusión de los nuevos acabe por enterrar la desazón de los veteranos. Todo eso unido al soplo de aire fresco del discurso autocrítico y positivo de Luis Carrión, y al hecho de que, si para nosotros se nos antoja difícil sumar la mitad de los puntos con los Rubén Castro, Gallar, Elady, De Blasis, Antoñito, Raúl Navas y compañía, no quisiera yo pararme a preguntar cómo de optimistas están por Castellón, Sabadell, Logroño, Albacete o Alcorcón. Estamos todos combatiendo en el mismo ring, y me atrevería a afirmar que no somos los que peores armas llevan para esta batalla. Ni mucho menos.

Volviendo al paralelismo del fútbol y su posterior terapia de grupo improvisada entre aficionados, recordad que las principales ventajas de esta técnica terapéutica son el desahogo y el sentirse comprendidos por los que están atravesando lo mismo que nosotros. Nos ayuda a sentirnos parte de un grupo, sentirnos escuchados y respaldados, y aprender de las experiencias y sentimientos de los demás para afrontar y reorganizar nuestros pensamientos. Lo que antes se hacía bajando el puente rodeado de los tuyos ahora se hace con desconocidos a través de unos ‘tuits’ o una tertulia virtual. Desventajas de este mundo tecnologizado.

En ocasiones, soltar lo que llevamos dentro es el primer paso para empezar de cero. Quizá no vendría mal que esta misma terapia, la llevaran a cabo los que se calzan las botas y tienen que salvarnos de esta. Mirarse a la cara, compartir emociones y resetear. Recordad que el fútbol y la vida casi siempre suelen ir de la mano. Hay tiempo, ojalá también haya ganas.

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