Realizar un viaje es una decisión que se puede tomar en cuestión de segundos, o estar planeándolo durante largos meses: elegir un destino que nos resulte atractivo, bien sea playa o montaña, decidir si viajar en pareja o en familia, cuadrar fechas con el trabajo, elegir la época del año más idónea para hacerlo, calcular un presupuesto aproximado… En definitiva, como casi todo en esta vida, requiere una planificación previa, aunque a veces hay que realizar variaciones sobre la marcha, que escapan de nuestro control.
Este proceso, en muchas ocasiones es estresante, sobre todo cuando se emprende un viaje que va a durar un largo tiempo, y cuando se sabe que un pequeño error puede arruinarnos aquello que tanto tiempo hemos deseado llevar a cabo. Hay errores que se pueden subsanar sobre la marcha, por ejemplo, equivocarnos a la hora de elegir la ubicación de nuestro alojamiento, que puede ser un fallo que nos afecte en nuestras vacaciones, pero que podría ser subsanable. Eso sí, económicamente nos repercutirá de cara a nuestras vacaciones del siguiente año, que tendrán que ser sensiblemente más austeras.
El estrés que conlleva la planificación se ve incrementado cuando el viaje tenemos que llevarlo a cabo en avión. Viajar en avión requiere de un procedimiento aún más estresante, ya que de un día para otro pueden cambiarte los precios de los vuelos, hay que elegir con qué compañía viajar, las tarjetas de embarque, la facturación de las maletas con anterioridad, los molestos controles de seguridad, perdernos en los amplios pasillos de un aeropuerto desconocido… Y ni qué decir tiene lo estresante que puede llegar a ser hacer un transbordo de un vuelo a otro para llegar a nuestro destino, ya que muchas veces los horarios de aterrizaje y despegue casi se solapan el uno con el otro.
Podríamos decir que el mercado de invierno para el Cartagena ha sido como tener que hacer un transbordo a contrarreloj en medio de nuestro largo trayecto para llegar al deseado destino: la permanencia. En el mercado de verano, cuando se inició la planificación deportiva de esta travesía, la inmensa mayoría de nosotros, creíamos que se trataría de un vuelo directo: mucho más cómodo, seguro, rápido e incluso a veces, económico. Sin embargo, conforme se fue acercando la fecha del viaje, supimos que no había conexión directa entre el origen y el destino, y para llegar en óptimas condiciones deberíamos hacer un transbordo a marchas forzadas.
Con el transbordo obligado se tuvo que reestructurar la planificación, traer caras nuevas y dejar marchar aquellos jugadores que habían dado un rendimiento muy pobre, cuadrar números de cara esta temporada y la venidera, realizar las inscripciones de los futbolistas a marchas forzadas para poder contar con ellos de forma inminente para el siguiente partido… Es decir, un auténtico vaivén de operaciones sobre la bocina para no perder el siguiente vuelo, y con él la oportunidad de lograr una permanencia por la que se lleva todo el año trabajando, y poder disfrutarla en condiciones con los nuestros. Me atrevería a decir que el estrés que se vivió los últimos días de mercado en las oficinas del Cartagonova no distaría mucho con las carreras que uno se tiene que dar en un aeropuerto con las prisas, maletas y niños a cuestas para no perder el siguiente vuelo que te lleva definitivamente a tu destino.
Sin embargo, siempre es más reconfortante realizar un viaje de estas características con personas que son de tu confianza y que están acostumbrados a desenvolverse en un aeropuerto con la misma facilidad que los Raúl Navas, Antoñito, Azeez, De Blasis y compañía lo hacen en un terreno de juego. Y es que cuando lleguen los momentos decisivos, en los que nos puedan entrar las dudas, los nervios, y los miedos más profundos de nuestras entrañas, se demuestra que esta gente sí tiene experiencia y saber estar como para que las pulsaciones no nos suban más allá de ochenta latidos por minuto. Con esta gente es con la que me voy de viaje a donde sea. Incluso a la guerra.
Y sí, hacer un transbordo en un aeropuerto desconocido puede llegar a ser muy estresante, y el miedo a perder el vuelo y echar todo por tierra puede ser muy acusado. Pero una vez que te sientas en tu butaca, abrochas tu cinturón mientras escuchas la retahíla de indicaciones previas al despegue, y le pides a la azafata de turno una Caipiriña con hielo, te das cuenta que has llegado a tiempo. Que no has perdido el vuelo. Y que todo el esfuerzo y el estresante camino que has recorrido hasta llegar a ese preciso instante en el que empieza el verdadero viaje, ha merecido la pena. Y salvo que ocurran circunstancias extraordinarias que obliguen a un aterrizaje de emergencia, a consecuencia de una avería, inclemencias meteorológicas o problemas con las pistas de aterrizaje, el vuelo llegará a su destino: el de la permanencia. Un despegue a tiempo.